Caboclo Querido



    Eran las 18:00 hs. y Jorge ya daba los últimos retoques en su torno, apresurándose para asistir a una reunión más, en la Iglesia Evangélica Neo Pentecostal que frecuentaba desde hace ya un año.

   Hombre trabajador, desde muy joven ya ejercía la profesión de carpintero. Hoy, a los 60 años, con esposa y un nieto (hijo de su fallecida hija), a su cargo, tenía una vida humilde y tranquila, a pesar de los problemas de salud y finanzas que lo afligían.

    Cargaba una gran pena en su corazón. Habiendo sido médium umbandista actuante por más de 20 años, se deparó una enfermedad que atacó violentamente a su única y amada hija. Rogó a Dios, a su Guía Espiritual y a las demás entidades espirituales del terreiro en que trabajaba que la curasen. No logró éxito, perdiendo la presencia física de su hija en 6 meses.

   Impactado con la tragedia, abandonó Umbanda y afirmó que jamás regresaría a esta religión, pues si allí estuviesen realmente, Espíritus del Bien y Dios, no abrían dejado que tan enorme desgracia le ocurriese.

    Con esta gran instabilidad psíquica e inducido por fanáticos evangélicos, allá estaba él, al lado de su esposa, en los cultos de la iglesia, cuyo “ministro religioso” exhortaba a todos los presentes a apartarse de los espíritus malignos de la macumba, además de prometer la salvación y... pedir dinero. Jorge no reclamaba, dando su diezmo con dificultad, pero creyendo que este era el camino a seguir.

    En sus horas de descanso, en la paz del seno familiar, Jorge casi siempre oía una voz extraña, que le decía: “siempre estaré a tu lado”. Comentaba el hecho con su esposa que, que influenciada por el fanatismo religioso, daba como respuesta que debería ser un espíritu maligno que lo acompañaba, aconsejando que comentara el asunto con el pastor de la iglesia.

    Resolvió seguir los consejos de su mujer, procurando, durante un culto, esclarecer estas cosas con el “misionero”. Este le informó que las ocurrencias eran obra del diablo, solicitando a Jorge que aumentase el valor de sus ofrendas para que Dios pudiese operar en obra y gracia en su vida (la vida de Jorge).

    Con inmensa dificultad, dobló la cantidad del diezmo y de las ofrendas. Con todo, la voz insistentemente le invadía, diciendo: “siempre estaré a tu lado”.

    En una tarde de domingo, después del almuerzo, Jorge se preparada para descansar en su lecho, cuando bruscamente fue atacado por un fuerte dolor en el pecho, próximo al corazón. Calló desmayado, siendo atendido por su esposa, que a los gritos rogaba ayuda de los vecinos.

    Montándolo, con ayuda de sus vecinos, en un taxi, fue llevado hacia el hospital más próximo, con la premura de las circunstancias, a fin de ser atendido.

    Después de una oportuna atención y posteriores exámenes clínicos, le fue diagnosticada una insuficiencia cardiaca provocado por una gran lesión en las arterias coronarias. El caso requería una urgente intervención quirúrgica, sin la cual Jorge ciertamente sucumbiría.

   La operación fue coordinada. Su esposa, apabullada con el panorama, se encaminó para la iglesia, con la finalidad de solicitar los auxilios religiosos del pastor. Fue atendida y aconsejada por el misionero a aumentar las contribuciones pecuniarias (dinero) y a hacer una promesa a Dios por la cura de Jorge.

    Desolada con el poco interés dado a la situación, por el pastor, volvió al hospital, siendo allí informada que su marido empeoraba y que, por esto, habían anticipado la cirugía.

   Se sentó en un banco de la recepción y comenzó a rogar a Dios por la salud de su amado esposo. Oyó entonces una voz que le reconfortó como verdadero bálsamo consolador, que decía: “yo siempre estaré con él”.

    Ya en la sala de cirugía, Jorge, todavía despierto, pedía a Dios que lo dejase vivir, pues tenía una esposa y nieto para sustentar.

    Observando el movimiento de los médicos que preparaban la anestesia general, Jorge notó un intenso rayo de luz que surgía del canto derecho de aquel recinto. De colores variados con predominancia del violeta, la luminiscencia poco a poco se fue condensando en la figura altiva de un indio, que empuñando un porongo en las manos, se aproximó al lecho. Jorge les hablaba a los médicos, que no le escuchaban. Se preguntaba mentalmente quién era aquel indígena.

    Del interior de el porongo, la Entidad Espiritual retiró un líquido verde y extremamente cintilante, derramándolo sobre el pecho de Jorge, además de hacerlo ingerir un poco del líquido. Acto seguido, el espíritu desaparece y Jorge se adormece.

Cuatro horas después, se despertó en la enfermería, notando la presencia del médico y de la esposa.

   Preguntó sobre la operación y, para su asombro, el médico que allí estaba le dice que la cirugía fue cancelada, una vez que momentos antes de la aplicación de la anestesia general, el médico cirujano insistió en realizar nuevos exámenes, los cuales no acusaron ninguna lesión en las arterias coronarias. También relató a Jorge que durante los preparativos para la operación, el equipo quirúrgico sintió una penetrante fragancia de hierbas en el recinto, cuyo origen no consiguieron detectar.

    Pasados dos meses del susto, Jorge, sentado debajo de una copa frondosa de un árbol de palta en su huerta doméstica, una bellísimo atardecer que despuntaba un cielo estrellado. Se preguntaba sobre los acontecimientos pasados, buscando una respuesta sensata para lo que ocurriera; la escena en la sala de cirugías no se le salía de la mente.

   La brisa corría suave, y con ella una voz llegó a los oídos de Jorge: “siempre estaré contigo”. Giró en la dirección de los arbustos de su quinta y, estático, visualizó la presencia de el mismo indio presente en el hospital. La entidad espiritual, aproximándose, informó a Jorge ser su Guía Espiritual, Caboclo nominado aquí de “Y”, y que recibiera ordenes superiores para curarlo de la enfermedad que lo aquejaba.

    Traía también informaciones sobre su querida hija, que estaba bien e incluida en trabajos asistenciales dentro de Umbanda, resaltando a Jorge que la dolencia de su hija era un proceso depurador irreversible, karmático, motivo por el cual no había como interferir.

    Jorge, profundamente emocionado, no conseguía expresarse. El Caboclo “Y” le dijo que respetaba su mudanza de religión, pero que igual donde estuviese, él, el Caboclo, siempre estaría a su lado, en labor de amparo y consejo.

    El carpintero Jorge, sensibilizado por las palabras de su amigo espiritual, pidió disculpas por la falta de fe en los Guías y Protectores de Umbanda.

    El Caboclo “Y” sonrió, al mismo tiempo en que comenzaba a perder su forma ideo plástica por entre la vegetación.

    Jorge observando la enorme belleza escenográfica espiritual, remembraba los tiempos de terreiro; las personas siendo auxiliadas; su querida hija cambonando al Caboclo “Y”; la caridad pura y sencilla manifestándose, sin diezmos, ofrendas, o deudas con Dios.

    Jorge regresó a su antiguo terreiro, siendo calurosamente recibido por los amigos espirituales y carnales que lo aguardaban.

    Después de cada sesión de caridad, luego de haber sido instrumento de comunicación de los amigos espirituales, Jorge, feliz por haber vivido un día más, ayudado a amparar a los necesitados, y recordando la fisonomía de su guía jefe, en el silencio de sus oraciones, siempre exclama:

“¡Mi Caboclo, mi querido!”

Texto anónimo, recogido de Internet, y traducido, libremente, del portugués por: Juan Abreu