La Religión




    La religión es un motivo, la más de las veces, de división, controversia, enfrentamiento, guerras, caos, destrucción… Todo esto suma negatividad a nuestras, a veces nada gratas, vidas. Por si fuera poco, la intolerancia y la incomprensión que provocan las “Religiones”, nos llevan a generar odios, y nos imposibilita generar el imprescindible sentimiento de Perdón.
    Esta palabra, “religión” es a veces mal usada, y nos obliga a tomar una posición, desde nuestro punto de vista Sacerdotal. Nos referimos a la Umbanda como Religión esclarecedora, de Unión, de Amor, de Evolución, de miscegenación de las creencias de los pueblos, de las Etnias, sin entrar en profundas y estériles discusiones sobre la veracidad de tal o cual creencia.
    Es de real importancia destacar una de las principales leyes del Culto que nos ocupa: El KarmaReencarnación y Karma..    Es por esta Ley que se nos enseña, que nosotros estamos en tránsito en la Tierra, y que cada uno de nosotros, los habitantes planetarios, estamos supeditados a evolucionar hacia la Perfección, y que en cada una de nuestras reencarnaciones, nos veremos obligados a tomar una posición con cada una de las creencias, políticas, sociales, religiosas de la época que nos toque vivir. En cada estadio de evolución por el que pasemos, nuestro entorno nos imprimirá de las tendencias de la época, y de la región del Mundo que nos acoja.
    Todo esto es muy complejo, ya que entonces interactuando con el medio, e interviniendo nuestra deuda de Karma, viviremos lo que nuestro Alter Ego decidió para una mejor evolución y un mejor “pago” de nuestras deudas.
    El concepto del Karma fue ampliamente introducido en el pensamiento occidental con el surgimiento de interés por las religiones espiritualistas, que se produjo en la década de 1960. La palabra sugiere el funcionamiento de un destino para equilibrar la balanza por actos pasados, incluidos los de otras vidas. Podemos referirnos al concepto del karma cuando nos enfrentamos a un hecho por lo demás inexplicable, para dar a entender que, si se supiera todo, se está cumpliendo una justicia sutil. Con frecuencia se destaca el aspecto temible y retributivo del karma; en realidad, es la única definición que muchos conocen. Sin embargo, no es esa la esencia. El karma no es un principio punitivo ni vengativo, sino equilibrante.
    Al pasar por el necesario asunto de la encarnación, que consiste en expandimos a través de diversas dimensiones de experiencia, creamos todo tipo de efectos, reacciones y repercusiones. La Ley del Karma asegura el equilibrio a lo largo de toda esta actividad y expansión. Por lo tanto, en su sentido más amplio es una ley para curar los extremos y restaurar el equilibrio. Pero desde nuestra perspectiva, necesariamente limitada, su implacable trabajo puede parecernos muy duro. Y si no hubiera una clave por la cual se pudiera revertir el infinito proceso por el que se genera más y más karma, nuestra situación no sería de evolución, sino de involución. Llegaríamos a empantanarnos tanto en las reacciones en cadena que no habría esperanza de alivio. Por suerte, la clave existe: Es el perdón, y la comprensión de las diferencias que nos hacen antagonizar con el resto de las opiniones, y/o actos de nuestros semejantes.
    Perdonar de verdad requiere comprender de verdad. Debemos ser capaces de mirar con claridad toda la escena, no retroceder ante ninguna parte, no negar nada, aceptarlo todo. En cierto sentido, esto significa que debemos convertirnos en expertos con respecto a lo que es preciso perdonar, para ver todos los aspectos, no sólo el propio. Y el perdón es el paso final de nuestra curación. Mediante el perdón somos perdonados.
    Esa frase del Padrenuestro que dice: "...perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores", adquiere un nuevo significado si uno amplía su perspectiva para incluir las muchas dimensiones de sí mismo, expresadas a lo largo de muchas vidas. Sin duda ambos papeles, el de víctima y perpetrador, existen también dentro de nosotros, cuando analizamos nuestra evolución a lo largo de muchísimas vidas. A fin de curar por completo debemos reconocer, por fin, que no somos tan diferentes de nuestro antagónico, después de todo. Y entonces, como nuestro antagónico representa esa parte hasta allí inadmisible de nosotros mismos, la parte que hemos venido a curar, debemos aceptar o amar a ese "enemigo". Que nos ha ayudado a reconciliamos con nuestro ser o alma.
    George Stevens, el reverenciado director cinematográfico, dijo que, mientras se preparaba para hacer la película “El diario de Ana Frank”, debió primero reconocer plenamente al nazi que llevaba adentro. Así debemos todos, diariamente, reconocer en nosotros al nazi, el asesino, el adúltero, el mentiroso, el falsario, y el ladrón. Mientras no lo hagamos nos encontraremos con ellos una y otra, una y otra vez.
    Nuestro propio resentimiento, la amargura, el odio que sentimos hacia el que percibirnos como enemigo y los males que deseamos a esa persona, todo eso constituye configuraciones del mal más potentes que cuanto ocurre en el plano físico. Para que se nos perdone el daño que hemos causado debemos perdonar todo el daño que nos han hecho. Es decir: debemos devolver bien por mal. En el acto mismo de perdonar se purifica nuestra aura y se eleva nuestra vibración.
    En el Nuevo Testamento se nos dice que debemos perdonar, no una ni varias veces, sino "setenta veces siete". En otras palabras, debemos perdonar interminablemente y sin reservas. Tal vez aún no comprendamos conscientemente en qué deuda hemos incurrido que haga necesario nuestro perdón, pero la resonancia morfogenética (el karma en acción) garantiza que atraeremos, no sólo nuestras lecciones, sino nuestras deudas y la oportunidad de pagarlas. El que podamos saldarlas de modo rápido e indoloro depende mucho de nuestra actitud.
   El único "atajo" que hemos descubierto a través del karma es el perdón y la tolerancia. Mediante el, sencillo deseo de perdonar y tolerar, toda nuestra situación se eleva a un plano superior que ese en el que opera la Ley del Karma. Ingresamos en un nivel donde ya no atraemos más dificultades y traumas similares mediante la resonancia. Entramos en el reino de la Gracia.
    Y así, según realizamos las tareas grandes y pequeñas de cada encarnación, llenando meticulosamente cada espacio en el vasto mapa de nuestro viaje evolutivo, es el amor y el perdón los que, en definitiva, impregnan nuestra tela, cada vez más colorida, de una luz blanca y pura. El cínico refrán: "Jesús nos dio la piedad; los griegos, todo lo demás", reconoce cuanto menos que, en verdad, impartió bien esta lección. Compasión, bondad y paciencia eran las piedras fundamentales, que el Buda destacaba en todas sus enseñanzas, sobre el vivir correctamente y hallar la salvación, librándose de futuras reencarnaciones.
    Si estos dos mil años de guerras, barbarie, persecución religiosa y genocidio, incluidos los horrores recientes del Holocausto y Vietnam, indican que aún tenemos mucho camino por recorrer en el aprendizaje de la compasión, recordemos esto: hoy son muchos los que, natural y automáticamente, expresan el mismo tipo de compasión que antes era un ideal revolucionario y casi incomprensible. Hoy en día no nos sorprende la presencia de la compasión, sino su falta. Casi todos reconocemos, cuanto menos, el dolor y el sufrimiento ajenos; muchas personas realizan enormes sacrificios personales a fin de aliviar el sufrimiento de otros, con quienes poco tienen en común, aparte de la humanidad compartida.

    ¡Sigamos el Ejemplo de nuestros Guías Mentores, respetemos las creencias de nuestro vecino, sin dejarnos invadir las nuestras! ¡Persigamos la principal meta de Umbanda, la evolución personal!

¡Sarabá Umbanda!


Juan de Pena Vermelha.


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